Georgia Bulletin

The Newspaper of the Catholic Archdiocese of Atlanta

Preparando a otra generación de creyentes

Published junio 27, 2014  | Available In English

En mi regreso de Roma la semana pasada, volé en compañía de un maravilloso niño pequeño que se convirtió en el centro de atención de todos los que estábamos sentados a su alrededor. El chico tenía aproximadamente unos 18 meses de edad y apenas estaba aprendiendo a hablar, ¡y practicó su nueva habilidad durante gran parte del vuelo a casa! Su capacidad para controlar el volumen de su voz todavía no estaba plenamente desarrollada, así que todo lo que decía o intentaba pronunciar era a pleno pulmón, para la gran vergüenza de sus padres, quienes inútilmente intentaban calmarlo. Sin embargo, yo logré encontrar sus sonidos fascinantes y muy graciosos.

En público, los bebés pueden ser simplemente encantadores como lo fue este jovencito, aunque algunas veces sus padres podrían desear que no fueran tan entretenidos con sus travesuras.

Nuestra Catedral tiene una misa especial para los padres jóvenes y sus hijos, y esta Eucaristía en particular, es una de las celebraciones que más disfruto. Quizás, sea porque no paso mucho tiempo en compañía de niños pequeños y por lo tanto sus travesuras me parecen bastante divertidas. La misa de las 10:30 a.m. que generalmente comienza alrededor de las 10:35 a.m. para acomodar a aquellos que apenas se están acostumbrando a ésta “misa en movimiento”, tiene lugar en el Kenny Hall.

La mayoría de los jovencitos que asisten a esta Eucaristía tienen un período de atención muy corto—al igual que sus padres y abuelos, quienes intentan orar y al mismo tiempo controlar a sus pequeños. Ese acto de abarcar varias tareas al mismo tiempo es casi tan encantador como el jugueteo de sus hijos. Es muy importante enseñarle a los niños “la etiqueta de la iglesia” y la paciencia siempre es fundamental para esa tarea. Como la formación que los niños reciben en casa antes de pasar de comer en la mesa de los niños a la de los adultos, el proceso está lleno de regueros, errores y tropiezos.

Traer a los niños a la iglesia es una parte importante de su formación religiosa. Estos pequeños necesitan aprender cómo comportarse en medio de la comunidad. Deben aprender las oraciones que ofrecemos juntos durante la Eucaristía y cómo participar en la adoración eclesiástica.

La mayoría se distraen fácilmente con cosas a su alrededor, como las hileras de las bancas o los reclinatorios, o se deslumbran con las ventanas o tal vez con los libros de los himnos que se encuentran en las bancas. Sin embargo, ven a sus padres arrodillarse y bendecirse con agua bendita. Puede que se aburran rápidamente con las bolsas de Cheerios que se les dan para calmarlos y que se apresuren a compartir la Comunión cuando sus padres los cargan en sus brazos al recibir la Eucaristía, abriendo ampliamente sus pequeñas bocas y extendiendo sus manos esperando recibir aquello que es tan central para nuestra fe.

Cada una de esas lecciones ayuda a prepararlos para tomar su lugar dentro de la asamblea. Y los mejores y más apropiados maestros son sus padres y abuelos, quienes les muestran con su propia reverencia y devoción que estas acciones están dirigidas a Alguien mucho más grande de lo que cualquiera de nosotros podríamos completamente apreciar.

Ser introducido a la participación en la iglesia es una parte sumamente importante de la formación religiosa de un niño, y la interrupción ocasional de la solemnidad del momento es el precio que la comunidad debe pagar a medida que preparamos a otra generación de creyentes para tomar su lugar dentro de la congregación.

Pido que seamos pacientes con estos pequeños a medida que ellos aprenden cómo comportarse en la iglesia—incluso cuando sus travesuras puedan hacernos sonreír cuando debemos estar poniendo atención a nuestras oraciones. Durante esos momentos, estoy seguro que el Padre también sonríe junto a nosotros.