Georgia Bulletin

The Newspaper of the Catholic Archdiocese of Atlanta

Esforzándonos por sanar las fracturas entre nuestras comunidades

By ARCHBISHOP WILTON D. GREGORY, Commentary | Published mayo 29, 2014  | Available In English

Durante casi cinco años, los fieles católicos y los griegos ortodoxos de la comunidad de Atlanta se han venido reuniendo cada seis meses con el fin de orar unidos para sanar las divisiones históricas existentes entre la unidad eclesiástica y la caridad, las cuales continúan manteniendo a nuestras dos comunidades presas del pasado. Mi querido hermano metropolitano Alexios y yo hemos sido asistidos y quizás incluso guiados por el Padre George Tsahakis y el Padre Paul Burke en la organización de estas reuniones; y las hemos mantenido a flote a través del apoyo generoso de muchos de nuestros hermanos ortodoxos y católicos devotos. Nuestras oraciones durante estos años han tratado sobre las enseñanzas que nos unen en patrimonio y esperanza.

Nos reunimos en iglesias católicas y ortodoxas locales a escuchar la Palabra de Dios que compartimos, las reflexiones profundas ofrecidas por algunos de los asistentes y la música que representa nuestras tradiciones individuales. Nuestra asamblea más reciente fue el martes 20 de mayo, a comienzos de la semana en la que Francisco y Bartolomé hicieron sus propios viajes a Jerusalén. Nuestra reunión en Atlanta fue una conmemoración modesta del gran encuentro que marcó el 50 aniversario de un viaje similar hecho por el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, el cual lanzó la oración ecuménica moderna para nuestra unión en Cristo.

La semana pasada, los medios de comunicación alrededor del mundo estuvieron enfocados en el encuentro del Patriarca Ecuménico Bartolomé y el Pontífice Romano, el Papa Francisco, quienes se unieron en una expresión conmovedora compartiendo una oración por la caridad y la unidad. Para poder preparar cuidadosamente su encuentro tuvieron que contar con el apoyo de decenas de asistentes – sus propios Padres George y Paul – cuyas labores fueron mucho más complicadas que las que realizamos aquí en Atlanta. Los recuerdos de los conflictos violentos que han marcado la división de mil años entre nuestras Iglesias tienen que ser tratados con gran cuidado. Cada detalle de ese encuentro conmemorativo tuvo que haber sido coordinado prudentemente para que el énfasis de la reunión recayera sobre la devoción fraternal de los dos líderes valientes de estas Iglesias y no sobre algún descuido o error en el protocolo.

El diálogo ecuménico es sumamente delicado ya que nos expone a los errores y a los malentendidos del pasado, y también a la implacable persecución ecuménica que es tan importante para nuestro futuro y para la unidad que anhelamos y por la que el Señor Jesús mismo oro. Los retos que enfrentamos son significativos pero no imposibles de superar, si dependemos humildemente del poder del Espíritu Santo.

La fractura entre nuestras Iglesias continúa siendo un escándalo ante el mundo y un gran obstáculo para el trabajo de evangelización. Los jóvenes adultos en particular que con frecuencia podrían encontrar anticuadas la mayoría de las organizaciones religiosas, a menudo ven la violencia vinculada con las doctrinas y las instituciones religiosas como otra razón para no tomar muy en serio las religiones organizadas. Los antiguos odios que tan a menudo estallan en brutalidad están presentes como una gran barrera para que la gente de nuestra generación acepte las enseñanzas, prácticas y costumbres de las grandes religiones del mundo. Muchas veces piensan que estas instituciones mundiales no pueden ser tomadas en serio ya que repetidamente mutilan y asesinan en nombre de la pureza de su religión.

El encuentro de fieles católicos y ortodoxos (en Atlanta o en Jerusalén) que se nos acogemos mutuamente como hermanos y hermanas; y que humildemente confesamos nuestro deseo de caridad, unidad y paz, es un gran contraste con el odio y la intolerancia que a veces se identifican con nuestras creencias religiosas.

Pablo y Atenágoras, Bartolomé y Francisco, Alexis y yo, debemos continuar invitando a nuestro pueblo a acoger la esperanza, seguros de que el Espíritu Santo sanará nuestras divisiones y restaurará la unidad que nuestra frágil y pecadora humanidad ha roto en la Iglesia de Cristo.